2º Domingo de Cuaresma, Reminiscere

Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.

Juan 3,16-17

El Evangelio de Juan nos deja tan claro dos cosas. La primera es que Dios nos ama de una manera impresionante, como nadie más puede amar, de tal manera que es capaz de dar lo máximo, de darnos a Jesús.

La otra cosa que se nos deja clarísimo es que la venida de Jesús no es para condenar a nadie, como muchas veces escuchamos por las radios, por las calles, por la televisión. Mucho se predica sobre el miedo, se le pone mucho miedo en la cabeza a la gente, como si Dios fuera un padre malo que sólo sabe usar el cinto para corregirnos. El Evangelio nos muestra que Dios es amoroso, que quiere nuestra felicidad, nuestra alegría.

Por eso nuestra tarea es no solamente comprender este mensaje del Dios amoroso, del Jesús que viene como compañero, sino también transmitirlo para que muchos lo escuchen y no caigan en las palabras de quienes meten miedo a través de la predicación que muestra a Dios como castigador. En primer lugar, anunciar esa alegría a nuestra familia, pero también a todos los que podamos. De compartir y vivir esa alegría del Dios que ama en la comunidad donde nos congregamos, en los grupos que participamos y cada día en el trabajo, en el estudio, en el día a día.

Recuerde: la venida de Jesús es para tener la alegría de la salvación, la tuya, la mía, la nuestra.

Que Cristo vino y murió, no solamente vivió; aquí se vino a quedar, conmigo quiere marchar, marchar, conmigo quiere marchar. (Canto y Fe Nº 294) Amén.

Mariela Bohl

Salmo 121; Génesis 12,1-4ª; Romanos 4,1-5, 13-17; Juan 3,1-17; Agenda Evangélica: Mateo 12,38–42

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