15º domingo después de Pentecostés, 24º en el año

Un hombre enfermo de lepra se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo: “Si quieres puedes limpiarme de mi enfermedad”.

Marcos 1,40-41

En aquel tiempo la lepra era una enfermedad terrible.

En primer lugar, por ser incurable y progresiva. A los enfermos se les iban infectando y cayendo los pedazos del cuerpo, con el consiguiente olor nauseabundo.

Segundo, porque tanto la lepra como las demás enfermedades eran consideradas castigos divinos por algún pecado cometido.

Y tercero, por ese mismo motivo, a los enfermos se los consideraba impuros.

Los leprosos eran excluidos de la sociedad y debían vivir fuera de los muros de la ciudad, en la más absoluta soledad, refugiándose en las montañas, cementerios o basurales.

El leproso del cual nos cuenta el Evangelio hubiese podido resignarse a su situación, pensar que ya no tenía más nada que esperar de la vida y considerar que ese era su destino. O, por el contrario, hubiese podido regañar ante Jesús por la vida miserable que le tocaba pasar y exigirle compulsivamente una respuesta favorable. Sin embargo, su actitud fue de humildad y sumisión a la voluntad de Jesús. Se arrodilló modestamente a sus pies y le pidió que, si quería, lo sanara.

Es muy importante que tengamos esta actitud cuando oramos, sea por nosotros mismos o por otras personas, familiares o amigos. Que podamos decir como este leproso: “Si quieres puedes sanarme”. En el Padrenuestro Jesús también nos enseñó a pedir: Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Con frecuencia, en situaciones extremas, nos resulta difícil recibir un “no” como respuesta. Pero en nuestra humildad, aunque nos cueste, debemos reconocer y aceptar que la palabra final sobre nosotros y sobre nuestra vida la tiene Jesús.

Oh, deja que el Señor te envuelva con su espíritu de amor, satisfaga hoy tu alma y corazón. Entrégale lo que te impide y su espíritu vendrá sobre ti y vida nueva te dará. (Canto y Fe Nº 288)

Bernardo Raúl Spretz

Salmo114; Éxodo 14,19-31; Romanos 14,1-12; Mateo 18,21-35; Agenda Evangélica: Marcos 1,40–45

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