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13° domingo después de Pentecostés, 20º en el año

Vengan, hijos míos, y escúchenme: voy a enseñarles a honrar al Señor. ¿Quieres vivir mucho tiempo? ¿Quieres gozar de la vida? Pues refrena tu lengua de hablar mal, y nunca digan mentiras tus labios. Aléjate de la maldad, y haz lo bueno; busca la paz, y síguela.

Salmo 34,11-14

¿Quién diría que no quiere vivir mucho tiempo?

¿Quién diría que no quisiera disfrutar de la vida?

Hay un sinfín de oportunidades en las cuales nos deseamos mutuamente precisamente eso: una larga vida, llena de bonanza, plenitud y felicidad. Y abundan las recomendaciones para que esta vida larga y llena de gozo se cumpla: “¡Estudia con toda tu fuerza!” “¡No te dejes tentar por quienes te quieren llevar por mal camino!” “¡No te olvides de alimentarte bien!” Las habremos escuchado, estas y otras  exhortaciones. Y las habremos pronunciado, más de una vez.

Los criterios del salmista, sin embargo, son bastante diferentes. No habla ni del estudio, ni de las tentaciones, ni tampoco de la alimentación. Vincula una vida larga y llena de gozo con la verdad. Con aquella verdad que dicen nuestros labios, que sienten nuestros corazones y que viven nuestras almas. Una verdad cuyo contrario no es, vaya sorpresa, la mentira. Más bien una verdad que se vincula con la bondad, con hacer lo bueno. Una verdad que procura la paz, en todas sus dimensiones. Una verdad que no se limita a buscar sólo lo mejor para mí misma sino que me ubica en el conjunto de todos, y todo y me impulsa a comprometerme con una vida larga, llena de gozo para todos por igual.

Envía tu luz y tu verdad, para que ellas me enseñen el camino que lleva a tu santo monte, al lugar donde tú vives. (Salmo 43,3)

Annedore Venhaus

Salmo 34,1-2.9-14; Proverbios 9,1-6; Efesios 5,15-20; Juan 6,51-58; Agenda Evangélica: Hechos 3,1–10 (11–12)

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