7 º domingo después de Epifanía, Sexagésima

Señor, guíame por el camino de tus estatutos,
y yo los obedeceré hasta el fin.
 Hazme entender tu ley, para cumplirla;
la obedeceré de todo corazón.

 Salmo 119,33-34

Gran parte de nuestra vida es un constante elegir. Cada día desde el amanecer tomamos decisiones y elegimos lo que vamos a hacer o no. Si levantarnos o no de la cama. Si tomar mate, té o café. Son, gran parte de ellas, decisiones automáticas. No pensamos mucho, simplemente elegimos y hacemos.

Pero las cosas cambian cuando las decisiones que tomamos tienen consecuencias más profundas. Lo que vamos a estudiar, o si aceptamos o no una propuesta de trabajo, por ejemplo. También es cierto que nuestras decisiones personales en muchos casos afectan a terceros, teniendo consecuencias para nuestras familias y, en muchos casos, también para nuestro prójimo. Elegir es un don. Dios nos da la libertad de elegir.

Y también nos alienta a tomar decisiones que fortalezcan nuestra vida y ayuden a una saludable convivencia. Cada nuevo día nos brinda esa posibilidad. Elegir entre la vida y el bien o la muerte y el mal. Es una elección entre el compartir el amor o fomentar el odio. Entre defender la justicia o favorecer la impunidad. Elijamos el bien y promovamos la vida, esa vida digna que Dios desea para todas y todos.    

Libertad no es despertarte una mañana sin cadenas, es algo más.
Libertad no es poseer las llaves de todas las puertas, es algo más.
Libertad no es construirte solitario un mundo aparte, es algo más.
Libertad: es convivir, decidir, elegir.
Libertad: es amar, comprender y luchar para que todos tengan libertad.

(Canto y Fe Nº 334)

Christian Stephan

Salmo 119,33-40; Levítico 19,1-2, 9-18; 1 Corintios 3,10-11, 16-23; Mateo 5,38-48; Agenda Evangélica: Marcos 4,26–29

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