4º domingo después de Epifanía, Septuagésima

La gente se admiraba de sus enseñanzas, porque enseñaba como corresponde a quien tiene autoridad, y no como los escribas.

Marcos 1,22

En mi época de estudiante secundaria, tuvimos un profesor de geografía al que no tomábamos muy en serio.Una de las razones era que no acertaba a señalar en el mapa con exactitud los lugares que iba nombrando. Así, por ejemplo, nos mencionaba los Esteros del Iberá, pero nos señalaba todo el norte argentino.

No fue lo que pasó con Jesús cuando comenzó a enseñar en la sinagoga. Él fue tomado en serio.

Los escribas enseñaban, pero como las normas no estaban escritas, citaban a aquellos en los que se apoyaban para argumentar, y al final sus discursos resultaban largos, inentendibles y sin una opinión personal. Jesús no necesitó respaldarse en la opinión de otros eruditos. Tenía una opinión propia, que era la de su Padre Dios. La gente entendió lo que quería transmitir; su enseñanza era clara, sencilla y directa. Podemos entender y comprobar esto con las parábolas; esas historias de la vida cotidiana que Jesús tomaba para acercar a las personas ideas sencillas que de otra manera les resultarían abstractas.

Esto enfurecía mucho a las autoridades de la época. El conocimiento y el entendimiento llegaban de manera simple a todos. Esto les quitaría poder y se sentían amenazados.

Que el Señor nos ayude a compartir el conocimiento y a difundir nuestra fe a todos y de manera accesible, tomando el ejemplo de Jesús, e invocándolo como única autoridad en nuestras vidas.

Beatriz M. Gunzelmann

Salmo 95,1-9; Deuteronomio 18,9-22; 1 Corintios 7,32-35; Marcos 1,21-28; Agenda Evangélica: Jeremías 9,22-23

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