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19º domingo después de Pentecostés, 26º en el año

Los preceptos del Señor son justos, porque traen alegría al corazón. El mandamiento del Señor es puro y llena los ojos de luz.

Salmo 19,8

Los mandamientos de Dios son tan puros y grandes que yo como ser humano pecador me encuentro muchas veces ante la disyuntiva en la cual me pregunto, ¿son para mí? ¿Los puedo cumplir?. No son arbitrarios ni opresores, sino que son perfectos como él es perfecto. Y el hacerlos parte de la vida es un camino que llena de alegría nuestro corazón y nos permite abrir nuestros ojos a lo que es correcto y lo que no es correcto. Y así, de esta manera poder, mejor aún, tener esa luz de Cristo. Una luz que ilumine nuestros pasos para poder escapar de la oscuridad que nos aleja de su presencia.

Es más, en el versículo 12 nos dice: Quién se da cuenta de sus propios errores? ¡Perdona, Señor, mis faltas ocultas! Creo que aun los que nos llamamos cristianos quedamos tristemente muy cortos de alcanzar todos los preceptos de Dios. Nuestros comportamientos están tan contaminados por nuestra naturaleza pecaminosa que ni siquiera nos damos cuenta del alcance de nuestras faltas realizadas conscientemente. Por eso también debemos pedir perdón, por los pecados que cometemos inconscientemente.

Entiendo que debemos pedir a Dios cada día de nuestras vidas, y de todo corazón, que nos guíe en un actuar de verdad y justicia para que nuestras palabras y pensamientos sean aceptables ante sus ojos y poder llegar así a tener una vida plena.

Que Dios, nuestro refugio y Padre protector nos permita vivir así, satisfechos y con el corazón lleno de alegría al saber que estamos haciendo lo correcto. Amén.

Guillermo A Mohr

Salmo 19,8-14; Números 11,24-29; Santiago 5,1-6; Marcos 9,38-50; Agenda Evangélica: Santiago 2,1-13

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