Yo les respondí: “No se alarmen. No les tengan miedo.»

Deuteronomio 1,29

Recuerdo que en una charla pastoral una persona me comentó: «Pastor, sé lo que Dios me pide, no tengo dudas… ¡el problema es que es muy difícil!». Muchas veces sentimos exactamente lo mismo. No somos los únicos: Moisés alienta al pueblo a no desanimarse, a no tener miedo. ¿Por qué? Porque tomar la tierra prometida era una tarea difícil y daba miedo.

Si lo pensamos bien, es paradójico: el pueblo hebreo tenía miedo de recibir el don de Dios. ¿Qué pasó? Como lo vimos en el día de ayer, el pueblo hebreo, temeroso, no se acordó de cómo Dios los hubo liberado en el pasado. Nuestra versión moderna de este miedo es reflejada por el refrán que dice:»Más vale malo conocido que bueno por conocer». Si nos preguntamos por la razón de esto, es muy simple: miedo al cambio. Solemos rechazar todo cambio, ¡aunque sea un cambio para mejor!

Exactamente lo mismo sucede con nuestra relación con Dios. Desearíamos tener un Dios que nos aniñe, un Dios que nos trate como a personas inmaduras. Esto es lo que ciertamente pedimos cuando «exigimos» a Dios un milagro. Con un milagro nos ahorramos el trabajo de madurar y crecer. Y, al no querer ser responsables, estamos a un paso, como tantas veces sucede, de echarle a Dios toda la culpa de lo que nos pasa.

Te invito en el día de hoy a que medites: no le tengamos miedo a los cambios, no tengamos miedo a crecer. Más aún cuando contamos con un Dios que ama y desea que seamos toda la persona que somos llamados a ser.

Sergio A. Schmidt

Deuteronomio 1,19-33

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print