Claro que el que Dios nos acepte no depende de lo que comamos; pues no vamos a ser mejores por comer, ni peores por no comer.

1 Corintios 8,8

Este versículo parece contradecirnos a quienes tratamos de no consumir alimentos de origen animal por motivos éticos, pero hay que observar tres cosas. En tiempos del Nuevo Testamento no existían granjas industriales con millones de criaturas. Hoy las gallinas viven sobre alambres, los cerdos no se pueden dar vuelta en sus pequeños cubículos y las vacas lecheras son separadas de sus queridas crías. Para ellas la libertad y las relaciones sociales son sin duda una necesidad y ¿no tendrán también alguna fe, quizá soñando con un futuro mejor? Tampoco es muy compasiva la pesca industrial ni con anzuelo. La segunda observación es que parece comprobarse que reducir la producción y consumo de alimentos de origen animal trae beneficios para la salud y el ambiente. Por ejemplo el impacto ambiental de la soja debe imputarse al consumo de carne, porque se usa para forraje. Finalmente, la variedad de alimentos de la que disponemos muchos de nosotros es mayor que la de las mesas de los ricos de aquellos tiempos y la posibilidad de elegir se facilita. En base al versículo, no hay que creerse justificado o puro por la dieta, pero eso no niega el consumo responsable. Al haber sufrimiento e imposibilidad de defenderse por parte de los animales, y opresión y glotonería por el lado de los humanos, la cuestión se torna importante para nuestra relación con nuestros prójimos más desafortunados y con Dios.

Tomás Tetzlaff

1 Corintios 8,7-13

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