No cometan ninguna injusticia con los extranjeros ni con los huérfanos, ni tampoco tomen en prenda la ropa de las viudas. No olviden que ustedes fueron esclavos en Egipto, y que el Señor su Dios los sacó de allí; por eso les ordeno que cumplan todo esto.

Deuteronomio 24,17-18

En el capítulo 24 de Deuteronomio se reitera que se debe tener compasión con los más débiles, siempre destacando al pueblo que cuando estuvieron en Egipto, ellos fueron los vulnerables. También Jesús enseñaba sobre la compasión que debemos sentir, pensando en la compasión que Dios siente por nosotros. Parece una ley muy general: siempre hay de quien apiadarse y al mismo tiempo estamos necesitados de piedad. Es valioso pensar en los abismos en los que caemos si negamos una cosa o la otra. En nuestro grupo ecuménico de la zona sur del Gran Buenos Aires, surge a veces en la charla con los beneficiarios del programa de apoyo escolar, la cuestión de que todos tenemos la necesidad de ser ayudados y también tenemos a quien ayudar. Necesitamos la ayuda de Dios, de nuestros padres, de nuestros maestros, de nuestros hermanos mayores, de la gente que colabora con obras diacónicas, de alguien que nos ayuda por la calle y de muchos más. Por otro lado, aunque vivamos en un barrio carenciado, podemos ayudar a nuestros padres, a nuestros hermanos, a una abuela o a un abuelo que vive solo, a un perro abandonado o al medio ambiente. Parece que siempre tenemos algo más arriba y algo más abajo que nosotros, y en muchas circunstancias se puede cambiar orgullo e insensibilidad, por humildad y compasión.

Tomás Tetzlaff

Deuteronomio 24,6-22

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