Si yo soy el Padre de ustedes, ¿por qué ustedes no me honran? Si soy su Amo, ¿por qué no me respetan?

Malaquías 1,6

El deterioro de la confianza, la corrupción, el abuso de poder, la degeneración de las relaciones son problemas sumamente actuales, pero a la vez antiquísimos. En los tiempos más recientes hemos tenido que ser testigos de casos impresionantes de corrupción de los que con frecuencia se sospechaba, pero que ahora salen a la luz del día. Megaempresarios, juntamente con políticos y personeros de gobiernos que supuestamente se dedicaban al bien del pueblo, ahora son acusados de dedicarse durante años a robar dinero, cobrar sobreprecios, no terminar las obras ya cobradas, lavar dinero y engañar masivamente al fisco, no declarando sus montañas de dinero, centenares de estancias con casas de lujo, vehículos de colección y cuentas en paraísos fiscales.

Todo esto indigna profundamente a quien se pasa la vida trabajando honestamente, pagando sus impuestos y tratando de ser sincero en todas las relaciones.

Quizá nos resulte algo llamativo pensar que Dios también puede sufrir tal indignación cuando se lo engaña sistemática y reiteradamente. Pero así es. El profeta Malaquías desarrolla en su primer capítulo una queja de Dios y, más que queja, una acusación muy fuerte de la corrupción de quienes afirman honrarle, pero le llevan ofrendas inservibles y residuos inútiles. Para entender estas palabras, cabe recordar que en el antiguo Israel se llevaban animales como ofrendas al templo y Malaquías denuncia a quienes hacen promesas significativas y luego llevan algo deteriorado y caduco. Sería como echar hoy en la caja de la ofrenda un billete roto e inservible o uno fuera de circulación.

Ahora bien, la corrupción y el deterioro de las relaciones no son problemas exclusivos de los encumbrados ni de aquellos falsos fieles denunciados por Malaquías. Hunden sus raíces en toda la humanidad. Con justa razón nos ofenden los casos resonantes; pero las palabras de Malaquías van más allá de los megasucios. Nos cuestionan a todos, pues la suciedad que estalla tan llamativamente en algunos y salpica a tantos, puede extender sus inmundas raíces a muchos corazones. ¿Honramos y respetamos a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente?

René Krüger  Malaquías 1,6-14

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