Pero el que cuidaba el terreno le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono. Con eso tal vez dará fruto; y si no, ya la cortarás”.

Lucas 13, 8-9

Antes de sacar una planta de nuestro jardín o huerta ya sea porque no crece o no da los frutos que esperamos de ella, le damos otra oportunidad. Removamos la tierra, abonamos y regamos con la esperanza de obtener los resultados deseados. Nos armamos de paciencia porque sabemos que los logros no se obtienen de un día para otro, llevan su tiempo.

Si nosotros y nosotras somos capaces de poner nuestra esperanza en esa planta, ser pacientes y misericordiosos, cuánto más lo es Dios. Él siempre da una segunda oportunidad.

Por eso me pregunto y les pregunto: ¿Qué frutos estamos dispuestos a dar? ¿Qué virtudes queremos desarrollar?

Los frutos tienen una utilidad, pueden alimentar a otros, propagarse y generar vida. Es un signo de madurez. Pero la improductividad lleva a la destrucción.

Los frutos que somos capaces de producir como personas forman parte de nuestro crecimiento personal y espiritual.

El Señor siempre nos espera un tiempo más (el tiempo preciso) porque quiere darnos otra oportunidad. En nosotros está el saber aprovecharlo. El dar un sentido a nuestras vidas, crecer, madurar, compartir.

Queridos hermanos y hermanas cultivemos nuestra fe desarrollando los frutos del Espíritu que son: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.” (Gálatas 5,22-23)

Para esto la oración es el mejor abono.

Como dijo el poeta Roberto Juarroz: “El fruto es el resumen del árbol”.

Amado Padre, te agradecemos por tu gran misericordia y te rogamos que fertilices nuestras vidas para que den frutos de bendición para tu Reino. Amén.

Silvia Noemi Bierig

Lucas 13,1-9

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