Al contrario, cuando tú des una fiesta, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y serás feliz.

Lucas 14,13-14a

En el canal local que veíamos cuando vivíamos en Bahía Blanca, en la publicidad del programa semanal, la presentadora decía: “Un espacio para sentirte inmensamente feliz por una hora”. A mí me causaba gracia, pero a la vez pensaba: ¡qué tremendo, sólo una hora de felicidad! ¿Y después qué? Me imaginaba una cuenta regresiva que solamente podría llevar al vacío. Pensando más allá del programa en sí: una sola hora de inmensa felicidad.

Vivimos en una sociedad en donde la felicidad la conseguimos con dinero: un producto, un viaje, una comida… Una felicidad que depende de un objeto, una felicidad efímera… Felicidad que se compra, que se vende, tal vez en cómodas cuotas, felicidad que no hace más que satisfacer nuestro propio deseo.

El versículo de hoy es parte de la historia en donde Jesús habla acerca de las fiestas de gente importante y de sus invitados, en donde propone invitar a aquellas personas que no pueden devolver la atención, las que jamás serían invitadas a esas fiestas. Él nos presenta una forma diferente de ser anfitriones en nuestras vidas, que tiene que ver con el amor, el desprendimiento; y de descubrir la felicidad en esta forma de actuar. Porque al hacer algo por otra persona, de dar sin esperar recompensa, nos sentimos plenos, felices, como un estado general, y lo más lindo: no se termina en una hora ni nunca.

Quiera Dios que aprenda que a través del servicio, del amor al prójimo, pueda encontrar la felicidad y la plenitud. Amén.

Estela Andersen

Lucas 14,7-14

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