Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
– ¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?
Y yo respondí:
– Heme aquí, envíame a mí.

Isaías 6,8

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El rey Uzías fue muy importante para la historia del pueblo de Dios. Había reconstruido ciudades y recuperado territorios. Durante su reinado estuvo preocupado por la agricultura y la producción, por lo que mandó construir cisternas, trabajó para aumentar el numeroso ganado, prestó especial atención a los viñadores y a los labradores. Además, construyó torres en Jerusalén, en la Puerta del Ángulo, en el Ángulo y en la Puerta del Valle; las fortificó y mandó a construir incluso en pleno desierto.

Por esa razón fue reconocido y respetado por su pueblo.

Sin embargo, Uzías había muerto, y el pueblo se preguntaba qué sería de ellos. Comenzó así un tiempo de incógnitas, de buscar culpable de la catástrofe que se avecinaba y de tratar de salvarse todos, cada uno por el medio que le fuera posible. La desesperanza y la falta de perspectiva los condujo justo a ese lugar.

En los tiempos de desesperanza, los momentos en los que “Uzías ha muerto”, nos cabe repreguntar cómo anunciar la buena noticia y la justicia de Dios.

A nosotros nos resta mirarnos y ver más allá de nuestra vereda. La voluntad de Dios no es que sigamos buscando culpables o viendo para dónde salir corriendo, sino que hagamos nuestras las palabras de Isaías, que respondió “heme aquí, envíame a mí”.

Eugenio Albrecht

Isaías 6,1–13

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