De esta manera pueden ustedes saber quién tiene el Espíritu de Dios: todo el que reconoce que Jesucristo vino como hombre verdadero, tiene el Espíritu de Dios.
1 Juan 4,2
El Espíritu de Dios vive en cada uno de nosotros desde el momento en que hemos sido bautizados y sellados en el nombre del Dios Trino.
Y si bien el Espíritu es incontrolable porque sopla donde quiere y cuando quiere, es fácilmente comprobable si está activo, o por el contrario está silenciado.
El Espíritu, además de iluminarnos, consolarnos, purificarnos, nos ayuda a discernir, nos da entendimiento y sabiduría.
Y cuando un creyente reconoce de palabra y de acción que Jesús es su Señor y Salvador, ése tiene el Espíritu de Dios.
Estar lleno del Espíritu Santo es algo que no se puede ocultar. Cuando vemos a alguien que puede controlar su enojo, que procura el diálogo, que busca conciliar, es porque tiene el Espíritu.
Cuando vemos a alguien que se siente impulsado a integrar una comisión, a colaborar con alguna institución, a dar de corazón para una buena obra, está lleno del Espíritu de Dios.
El Espíritu nunca se estanca, porque es como el viento que sopla, que renueva, que purifica, que envuelve… a veces apenas una brisa. A veces como un huracán que empuja con fuerza y todo lo transforma…
Espíritu de Dios, llena mi vida, Espíritu de Dios, llena mi ser. Espíritu de Dios, nunca me dejes, yo quiero más y más de tu poder. (Canto y Fe Nº 76)
Stella Maris Frizs
1 Juan 4,1-6