Cuando Pablo les impuso las manos sobre la cabeza, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y empezaron a hablar en lenguas y profetizar.

Hechos 19,6

El Apóstol Pablo se encuentra con algunos discípulos y les pregunta si habían recibido el Espíritu Santo. Ellos respondieron que nunca habían oído hablar de él.

Conocían las enseñanzas del bautismo de Juan quien insistía sobre el arrepentimiento.

Ahora le piden a Pablo ser bautizados en el nombre de Jesús.

Y el poder del Señor actuó de tal forma que ni bien Pablo puso las manos sobre ellos, se produjo el gran milagro, un cambio profundo en sus vidas.

Fui bautizado de pequeño. A los pocos días de vida. Hay un certificado con mis datos personales, firmado por el pastor que así lo dice. Tengo un cariño muy grande por mis padrinos y madrinas. Pero en cierta forma me sentía como estos discípulos en mi niñez. No comprendía algunas cosas y otras ni siquiera sabía que existían en la vida de fe.

Recuerdo con mucho afecto a mis catequistas que me ayudaron a dar los primeros pasos, en cada encuentro, en las obras de navidad y tantos otros momentos compartidos. Hasta que llegó mi confirmación.

Ese día hicimos una promesa al Señor, nos impusieron las manos, compartimos por primera vez la Santa Cena. El pastor nos habló de nuestros derechos y nuestras responsabilidades como miembros de la iglesia. Y para muchos de nosotros y nosotras la vida cambió.

Luego seguimos participando en el grupo de jóvenes y hoy, ya adultos, no somos pocos los que seguimos madurando en la fe y tratando (cada uno desde su lugar) de trabajar por el bien común.

Y eso no es mera voluntad nuestra. Cuando se ven frutos, es porque el Espíritu Santo está obrando.

No dejemos de pedir a ese Espíritu que guíe nuestras vidas para que descubramos a lo largo de nuestra existencia esa plenitud que tanto anhelamos. Amén.

Carlos Abel Brauer

Hechos 18,23-19,7

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