Y si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y devolveré la prosperidad a su país.

2 Crónicas 7,14

Estas y otras palabras fueron dichas al rey Salomón por Dios luego que terminara la construcción del fastuoso templo en Jerusalén. Sin cuestionar la construcción en sí Dios la puso en un valor relativo diciendo que de nada sirve semejante “regalo y ofrenda” si no hay conversión, si no hay la búsqueda del camino hacia Dios.
Pero no, Dios dice a Salomón, nos dice a todos nosotros que no pasa por ahí la cosa, pasa por un verdadero arrepentimiento. Esto no es nuevo y no debería serlo para nosotros que conocemos las Escrituras. De ello hablan todos los profetas, de ello habla Juan el Bautista, también Jesús en manera más que clara, y lo hacen todos sus discípulos y apóstoles.
Vaya, cuánta gente importante hablándonos del tema y seguimos sin comprenderlo, tratando de ordenar todo con obsequios que pretenden encubrir nuestra falta.
¿Y si volveríamos a encausar nuestras vidas como sugiere Juan el Bautista? ¿Y si definitivamente aceptaríamos a Cristo como Señor de nuestras vidas?
Entonces seríamos un pueblo próspero, pero entiéndase, no la prosperidad de bienes individuales sino la prosperidad como pueblo, es decir, alimento para todos, la salud posible para todos, educación y trabajo, ya no más miserias de mano de miserables.
¿Quieres saborear esa prosperidad? Pues arregla las cosas con Dios y con tus hermanos y hermanas. ¿O no rezas comúnmente “venga a nosotros tu Reino”? Que ese Reino venga entonces en forma de prosperidad, pero debemos dar un paso y otro y otro y finalmente caminar hacia Él.

Norberto Rasch

2 Crónicas 7,12-22

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