Me siento angustiada y estoy desahogando mi pena delante del Señor.

1 Samuel 1,15

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Vivimos tiempos en que mucha gente pasa por situaciones de an-gustia, estrés, tristeza, depresión, etc. La industria farmacéutica se frota las manos vendiendo cada año millones y millones de ilusiones en forma de pastillitas, que atemperan los síntomas, pero en nada contribuyen a mejorar aquello que constituye la raíz y el origen de los problemas.

¿Hay algo que podamos decir y hacer desde la fe? ¡Sin duda! Ana, la mamá del Juez, caudillo y profeta Samuel, tiene una vida desgra-ciada, pero no se guarda la angustia; va al templo y desahoga su pena delante del Señor. Allí ora y pide la bendición del hijo que no tenía, y recibe el anuncio de que viene para ella un tiempo mejor. Será madre, y su hijo, Juez de Israel. El texto culmina diciendo y nunca más volvió a estar triste.

¡Cuántas enseñanzas para nosotros! ¿Damos espacio en nuestros cultos al lamento y al dolor, al desahogo de la angustia? A veces pue-den resultar situaciones incómodas, pero si la comunidad es madura y serena, de allí puede resultar su propio fortalecimiento y el alivio para la persona angustiada. Cuando se la comparte, la carga se aliviana. Cuando se siente la presencia de Dios en medio del dolor, se recibe consuelo. Cierto que la Palabra nos llama a disfrutar la vida y a hacer la fiesta de la esperanza. Pero también hay que recordar que no estamos exentos de situaciones difíciles, pruebas y penurias, valles de sombra que hay que atravesar, como personas o como comunidades, y contar con espacios de desahogo de esas situaciones delante del Señor, es parte insoslayable de nuestra misión.

Ayúdanos, Señor, a abrir nuestros corazones en comunidad y com-partir tanto las penas como las alegrías, porque en tu presencia y en comunidad, toda la vida se hace mejor. Amén.

Marcelo Nicolau

1 Samuel 1,1-20

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