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En aquel tiempo haré a favor de Israel un pacto con los animales salvajes y con las aves y las serpientes; romperé y quitaré de este país el arco, la espada y la guerra, para que mi pueblo descanse tranquilo.

Oseas 2,18

A pesar de todo, Dios sigue enamorado de su pueblo, lo ama entrañablemente. Por ello desea, que llegado el momento pueda vivir tranquilo, sin sobresaltos. A esos efectos Dios quitará todos los peligros que lo acechan, los peligros que provienen de la naturaleza como los peligros que tienen su origen en el corazón y la mente humana.

De los animales salvajes, el ser humano a esta altura de la historia ya no necesita ser defendido: los ha diezmado tanto, que están casi todos ellos en peligro de extinción. De tsunamis, huracanes, rayos y centellas, los humanos pueden defenderse construyendo sus ciudades y viviendas con inteligencia. Lo que sí continúa siendo un peligro que no termina de acechar la tranquilidad de los pueblos son las guerras que nacen de la propia voluntad humana. Contra ellas no hay defensas que valgan, pues cuanto más fuerte se las diseñe, tanto más potentes serán las armas que se inventen para penetrarlas. Sólo el cambio de mentalidad y la renovación de los corazones pueden evitar este peligro y permitir la convivencia en paz. Aunque no debemos claudicar en la búsqueda de caminos para lograr la paz, el esfuerzo humano sin la ayuda de Dios no lo logrará. La verdadera paz sólo el Señor nos la puede regalar. Oremos con convicción para que el Señor cambie corazones y mentes, y así se pueda instaurar la paz entre él y los hombres y entre los hombres entre sí, y pueda ser una realidad el descanso tranquilo.

Federico Hugo Schäfer

Oseas 2,16-25

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