Así que ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento.

1 Corintios 3,7

Hay gente que se tiene en muy poca estima: por no ser de de- terminada manera, por no tener tal o cual cosa, por no poder ver los dones que posee. Y muchas veces esta concepción de sí misma se profundiza por no ser valorada por los demás. Algunos hablan de baja autoestima. Otros en cambio se tienen en muy alta consideración, mi- rando por encima del hombro a otros, como si ellos fueran mejores que los demás.

En la comunidad de Corintios parece que algunos se sentían “más cerca de Dios” por seguir a tal o cual apóstol. Tal vez algún apóstol sobresalía en lindas palabras, otro en cuestiones espirituales, alguno en capacidad de liderazgo, pero lo importante era que todos trabaja- ban por el anuncio del Reino de Dios. Un Dios que en última instancia asignó a cada apóstol una tarea a desarrollar según los dones que Él le había otorgado: algunos de sembrar, otros de apuntalar, otros de proteger… pero el que permite que la semilla crezca, florezca y dé fruto es el mismo Dios.

Cada uno es único e irrepetible, con sus dones y dificultades. Y a su vez a todos Dios nos tiene en la misma consideración, no hace prefe- rencias entre uno y otro. Tal vez con algunos tiene que sacudir un poco más la cabeza, con otros ser más paciente, a un par mimar un poco más, pero con todos se compromete de la misma manera.

Muchas son las tareas, uno el sentir de Cristo. Muchas las tareas, uno el sentir que nos hace uno. (Canto y Fe No 252)

Monica Hillmann

1 Corintios 3,1-8

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print