Y diré a todos: “¡Paz a los que están lejos, y paz a los que están cerca! ¡Yo sanaré a mi pueblo!”

Isaías 57,19

En estos tiempos que nos toca vivir, pareciera que “paz” es sólo una palabra. Cuesta muchísimo identificarla con una forma de vivir, con algo elemental para construir una sociedad más justa e inclusiva, libre de odios y enfocada a que todas las personas tengan la posibilidad de desarrollarse libremente, con las necesidades básicas cubiertas, en un contexto de amor.

Parece una utopía, ¿no? Lo cierto es que resulta ser una promesa de Dios. Y la promesa que Él nos hace no carece de sentido, porque sabemos que el Señor cumple con lo que dice, su palabra es acción.

La paz que Él promete no se circunscribe a un grupo particular, sino que es para todas las personas. Es una paz que sana, que cura heridas, que hermana, aún en las diferencias.

En este tiempo donde falta menos de un mes para la Navidad, la promesa divina de paz nos trae fortaleza y consuelo. Nos recuerda que no estamos solos y que Dios no se ha olvidado de nosotros. En medio del bullicio, debemos oír la voz de aquél que nos llama, de quien nos invita a ser constructores de un mundo nuevo, donde la paz no sea parte de una utopía, sino de una realidad que se encarna en la vida de todas las personas.

Danos la paz; danos tu paz; danos esa paz que tú solamente das. (Canto y Fe N° 343)

Joel A. Nagel

Isaías 57,14-2

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