Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano.

Mateo 8,8

Que Dios bendiga tu comienzo de semana laboral, y haga resplandecer siempre su rostro sobre ti y tu hogar.

En realidad, Jesús no tiene ningún problema en entrar a la casa de este hombre. Es más, cuando le pide sanar a su criado, no duda en decir “vamos, así lo sano”.

En esa relación tan sensible que Jesús tenía con la gente, para él era una puerta que se abría. Pastoralmente es una respuesta increíble, porque llega a conectarse de forma inmediata con aquel centurión.

Ahora, ese sentimiento de no merecimiento, es algo que a menudo también sentimos hoy. ¿Quién dice que soy merecedor o no de tal acción? Pero ahí está la clave. Para Jesús no hay esa cuestión de méritos, que sólo aquellos que hagan méritos pudieran contar con el favor de Dios. Y si así fuera, ¿quién determina ese merecimiento? Porque en realidad, ninguno por sus propios méritos sería capaz de su propia salvación.

Para Jesús había algo claro antes de semejante respuesta del centurión; era su fe la que permitía ese acceso a una fuente de amor tan grande y desinteresado como la que Jesús estaba teniendo con aquel hombre.

El amor de Dios, ese amor que tuvo Jesús por los de su tiempo, es el mismo que tiene para con nosotros. Nuestra fe está puesta en ese Dios al cual queremos abrir nuestras puertas, aunque no seamos merecedores, pero es él quien nos invita a ser parte de su reino de amor y justicia, nuestra respuesta es a partir de nuestra fe.

 

Carlos Kozel

Mateo 8,5-13

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