Yo los saqué de Egipto y los llevé al desierto; allí les di a conocer mis leyes y mandamientos, que dan vida a quien los practica.

Ezequiel 20,10-11

Reza el dicho: “más vale pájaro en mano, que cien volando”, y no se aclara nunca si el único pájaro es un zorzal o un buitre… pero parece importar poco a los efectos de ejemplificar la premisa conformista de no arriesgar un mal presente por un futuro distinto. Y cuando decimos “futuro distinto” remitimos a un proyecto de vida colectivo que tiene su horizonte puesto en el reino de Dios.

Imaginemos por un momento que ante el reclamo de los que añoraban las ollas de la esclavitud en Egipto, Moisés hubiera pegado la vuelta de regreso, hubiera abierto el mar nuevamente y finalmente, arrodillado ante el Faraón, hubiera pedido clemencia para su pueblo hambriento…

Es en perspectiva del futuro que el camino, y sus procesos, tiene sentido, siempre y cuando no sea uncomo si”, porque bien sabemos que muchos nos prometen que al final del túnel se ve la luz, pero lo único que brilla allá lejos es la lámpara del que cava el pozo unos pasos más adelante.

El desierto es sólo una condena, un cementerio de cuerpos y sueños sin la vida presente en la práctica de los mandamientos que van dando forma a ese proceso de liberación que los llevará a la tierra prometida.

Señor, guíanos en nuestros desiertos, para que sean tiempos de crecimiento y aprendizaje, para que tus mandamientos nos liberen de la muerte que nos rodea y nos ilumine con el horizonte de tu Reino.

Peter Rochón

Ezequiel 20,1-20

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