La gente salió a ver lo que había pasado. Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, encontraron sentado a sus pies al hombre de quien habían salido los demonios, vestido y en su cabal juicio; y tuvieron miedo.

Lucas 8,35

El criterio de muchas de nuestras afirmaciones se basa en la percepción que tenemos de la otra persona. En realidad no importa si lo que dice tiene sentido o no, si tiene asidero o no, si es posible o no, si es cierto o no. Lo que importa es si a esa persona vale la pena tomarla en serio. Lo más triste es que esta forma de tratar a las personas es demasiado común. Discriminar, estigmatizar, estereotipar, es moneda corriente en la sociedad en la que vivimos.

Jesús se encuentra con una persona que estaba totalmente discriminada y marginada: vivía en sepulturas en el cementerio y la ataban con cadenas y grilletes, pero se escapaba.

Jesús le da la razón a esa persona con problemas de salud mental y le devuelve el discernimiento a quien había “perdido la cabeza” y la aceptación social. La discriminación genera violencia y la estigmatización desautoriza a la persona para hablar públicamente. Jesús le otorga autonomía y devuelve la dignidad a las personas. Debiera movernos a la reflexión que la gente al ver a esta persona sana siente “miedo”. ¿Por qué será?

Jorge Weishein

Lucas 8,26-39

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