Todo este país quedará destruido y convertido en ruinas…
Jeremías 25,11

Tantos fetiches y amuletos, para “alejar” y aventar la “mala suerte”, como los falsos profetas. Las cintas rojas, como brazaletes, impuestos a los bebés, contra el “ojeo”. Y resuena Teresa de Ávila, con: “Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene…
Cuántas veces nos pillamos cuidándonos de quien suponemos “peligroso”, hasta cruzamos la calle… y esto, solamente como proyección de nuestras propias sospechas…

Resuena: “No vayáis en pos de otros dioses para servirles y adorarles”. Porque los “pequeños desvíos”, de lo que me gusta, de lo que quiero –una soterrada manera de codiciar… Claro, en el torrente de consumismo, donde no se aprecia claramente la meta, el destino, ni se observan las gravísimas consecuencias de tantos desperdicios producto del consumo, que sabemos bien –si queremos saber, obviamente- van a parar a algún lado, y no sólo a montañas a cielo abierto, sino, amén del combustible que alijan los barcos, de los que ni nos anoticiamos. Menos aún de los plásticos, ya volátiles, en el aire… En los alimentos, y generando todo tipo de malestares y
patologías tan lamentables.

Mas, no es Dios que nos envía estas plagas, sino antes bien nuestra contumacia, nuestra pereza en buscar ver más allá de nuestras narices.
Por ello, cómo poder escapar a “esta tierra será reducida a pura desolación”, sino haciendo que nuestra meditación se vuelva aplicada a
nuestro compromiso por buscar el bien común. De proseguir no oyendo Su Voz, enredados en nuestras presunciones, nuestro egoísmo, y sin ver el exterminio que se produce, con nuestra pasividad, con nuestra soberbia, despreciar lo que no nos “atañe”, o hacemos que no lo haga, el “pasmo y la rechifl” nos envolverán.

Ana Oxenford
Jeremías 25,1-14

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