No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo.

Filipenses 2,3

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En esta carta Pablo brinda una serie de instrucciones a la comunidad de Filipos, exhortaciones acerca de cómo deben vivir como comunidad de fe, de qué manera deben relacionarse y comportarse entre ellos.

¿Cuál es la base de la vida en comunidad? La solidaridad, el brindar lo mejor de cada uno en pos del bien común.

¿Cómo es posible vivir en comunidad y evitar los conflictos de la con-vivencia? Evitando la rivalidad y el orgullo, obrando con humildad.

Este versículo bien podría ser una continuación de la instrucción de Jesús “Entre ustedes no debe ser así” (Marcos 10,43). Jesús vino a invertir los valores imperantes en la sociedad. En nuestra convivencia coti-diana rige la competencia en todas sus formas. Nos esforzamos por ser mejores que los demás, por sobresalir, por tener más bienes, más ami-gos, más “likes”… Los valores del Evangelio contraponen a esto el amor, la comunión, la solidaridad.

Otra vida es posible, otra sociedad es posible si se construye sobre estos cimientos. Que cada quien pueda pensar en los demás como dig-nos de amor, de respeto, de cuidados.

Poder ver a los demás como iguales, como mejores incluso a uno mismo, implica que mis acciones tienen consecuencias más allá de mi propio interés.

Si cada quien puede hacer ese esfuerzo, ¿no desterraríamos la vio-lencia? ¿No seríamos una sociedad más justa, más acorde con el Evangelio?

Acercar el reino de Dios en la tierra implica construir otro modo de vivir juntos. Con la ayuda de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es posible.

Deborah Cirigliano

Filipenses 2,1-4

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