Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: “¡Salve, Rey de los judíos!” y le daban de bofetadas.

Juan 19,1-3

A Jesús, aunque era el Hijo de Dios, no le fue fácil morir en la cruz. Esta relativización del sufrimiento de Jesús es equivocada. La misión de Jesús era la de ser fiel al Padre hasta el fin, hasta su muerte. Jesús tenía que morir en completa fidelidad a Dios. Su muerte fue una completa entrega a Dios y de Dios.
Aquí Jesús comienza sus primeros sufrimientos físicos, camino a la cruz. Los azotes que se describen eran sumamente dolorosos, porque el látigo tenía unas púas que tenían como fin desgarrar a carne del que era azotado. Tanto era así que el que usaba este látigo tenía que cuidarse con el castigo porque el reo podía llegar a morir. Jesús recibe, además, la corona de espinas, un manto color púrpura, burlas y bofetadas. Jesús es torturado siendo inocente, dado que todavía Pilatos no había dictado su injusta sentencia.
¿Qué hace Jesús? Sigue siendo fiel, fiel hasta su muerte en la cruz. En Jesús vemos a Dios dando su vida para salvarnos. En la fidelidad de Jesús vemos la infinita fidelidad de Dios.
Meditemos: Jesús muere por nuestros pecados. El sufrió lo que tú y yo deberíamos haber sufrido. Jesús vence al pecado, a la muerte: su victoria es la nuestra. Piénsalo: ¡Nadie jamás nos amó así!
El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos. (Juan 15,13)

Sergio A. Schmidt

Juan 19,1-5

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