No vi ningún santuario en la ciudad, porque el Señor, el Dios todopoderoso, es su santuario, y también el cordero.

Apocalipsis 21,22

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El escuadrón de la muerte penetró sorpresivamente las murallas. Invadió la ciudad pertrechado con su sofisticado armamento. Iba acompañado de drones y láseres que escudriñaban cada centímetro con la ayuda de satélites imperceptibles. Querían conquistar el templo. El bastión del enemigo. Destruir su corazón y humillar el símbolo  de su fe. Colocar explosivos para que desapareciera del mapa y de la historia.

Pero no había santuario que destruir. No había objetivo que volar. No estaba allí.

Dios no necesita de templos ni santuarios. El cordero no habita entre murallas hechas por genios de la arquitectura. Lo que fotografiamos y admiramos como grandiosos templos, y que desde las cruzadas son motivos de guerras, no son más que muestras de nuestra soberbia y deseo de atrapar a Dios y encarcelarlo. Pero Dios es la libertad, es espíritu que sopla adonde quiere. Es libertad que no conquista, ni oprime.

No vale la pena ni morir ni matar por unos ladrillos bellamente ordenados. Sí vale la pena dejarse llevar por el soplo de vida libre al reino sin muros.

Rubén Carlos Yennerich  Weidmann

Apocalipsis 21,15-27

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