No permita Dios que yo te dé lo que he heredado de mis padres.

1 Reyes 21,3

El séptimo mandamiento dice que no robarás. El noveno y décimo mandamiento dicen que no codiciarás los bienes de tu prójimo. Los mandamientos son un recuerdo y una advertencia en que Dios reprueba todo acto de injusticia. Esta historia tiene que ver con un acto de injusticia que lleva a la muerte de un inocente.

Esta historia refleja muy bien la corrupción de quienes ostentan y ejercen el poder para lucro personal o sectorial. Esta historia nos muestra que las clases dominantes construyen sus fortunas y dominio de la mano del sometimiento económico e ideológico sobre los más vulnerables. Que los poderes republicanos no siempre están del lado del pueblo que los eligió, sino de la clase dominante. Un poder judicial desacreditado por sus actos mismos. Intereses económicos que compran voluntades todos los días para lograr fallos judiciales y adjudicaciones vergonzosas.

Y detrás de todo esto: ¡cuántas familias tienen hipotecadas sus casas, familias empobrecidas, sueldos embargados, deudas impagables, jubilados estafados, niños en la calle, jóvenes sin oportunidades! ¡Cuántas oraciones y exclamaciones a Dios para que no se queden con nuestros bienes! ¡Cuánta dignidad y derechos pisoteados ante la conducta inmoral de quienes administran los recursos! ¡Cuánta usura y desamor hacia el prójimo!

Aun así, creemos en un Dios de justicia y dignidad que reaviva la esperanza en que la sangre de los inocentes, humildes, indefensos, quienes son víctimas de un sistema perverso de usura y muerte llega hasta el Altísimo clamando por justicia. Creemos en un Dios que interviene en la historia de su pueblo y no se desentiende de su situación de sufrimiento.

Creemos que el profetismo de la iglesia de Cristo tiene un rol importante en la denuncia y defensa de los derechos humanos y ambientales. Que la catequesis de la iglesia tiene que tener un fuerte impulso en el empoderamiento de estos valores en quienes reciben la enseñanza cristiana. Creemos, creemos… Por ello no dejamos de soñar y luchar por una vida y una sociedad más justas e igualitarias. A Dios le duelen las injusticias. A nosotros también deberían dolernos y movilizarnos como iglesia de Cristo.

Jorge Buschiazzo

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