Miércoles de Cenizas

Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí; por tu gran ternura, borra mis culpas… Contra ti he pecado, y sólo contra ti, haciendo lo malo, lo que tú condenas… Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!, ¡dame un espíritu nuevo y fiel!… Las ofrendas a Dios son un espíritu dolido; ¡tú no desprecias, oh Dios, un corazón hecho pedazos!

Salmo 51,3.6.12.19

El salmista es un pecador que, avergonzado, siente el peso de lo grave de su pecado. Es más, no puede descansar hasta que alcance misericordia y sea perdonado.

Toda la súplica está atravesada por un intenso deseo de quedar totalmente purificado del pecado. De ahí el uso de imágenes tan transparentes como ‘borra’, ‘limpia’…

Seguidamente reconoce que el pecado es de tal naturaleza que constituye una ofensa contra Dios (no solamente contra el ser humano) y así lo confiesa. Su mala conducta justifica la sentencia divina en su contra.

Con todo, sabe que sólo el Señor puede hacer de él una nueva criatura. La purificación es una acción propia y exclusiva de Dios: ningún ritual puede lograrla.

Siguiendo la tradición de los profetas ¡el mismo autor del salmo, en su arrepentimiento, se ofrece como la víctima!

Lo hace en la certeza de que el Dios del Pacto es un Dios que perdona.

El perdón, si es auténtico y sincero, (re)habilita para la reparación del daño ocasionado, para la sanación de los vínculos heridos.

Perdonado/a así, ¿sé crear yo también un corazón nuevo en relación con las personas a quienes perdono? ¿Quito todos los preconceptos, mirándolas como si recién las conociera?

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, un/a pecador/a. Amén.

Miguel A. Ponsati

Salmo 51,1-18; Joel 2,1-2.12-17; 2 Corintios 5,20b—6,10; Mateo 6,1-6.16-21

Agenda Evangélica: Salmo 51,3-6.11-14; Joel 2,12-19; 2 Pedro 1,2-11; Mateo 6,16-21;Salmo 51,1-14(15-21) (P)

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print