Den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios.

Marcos 12,17

Siempre que leo este texto lo primero que me sorprende es la astucia de Jesús, su capacidad para “sacar de la galera” respuestas de gran sabiduría y sumamente concretas.

Pero también me resuena como un eco el “den a Dios lo que es de Dios”.

¿Qué es lo que es de Dios?

Sólo a Él le decimos Señor, “dueño”. Todo es de Cristo, pero de  un modo especial lo es mi vida, mi corazón. También “los míos”, mis familiares, mis amigos…

Y me pregunto si soy capaz de dar a Dios lo que es suyo, a Cristo lo que ha comprado no con oro ni plata sino con su sangre preciosa. Si soy capaz de poner mi vida y mis proyectos en las manos providentes de Dios.

Y a menudo me encuentro pidiendo a Dios que se meta en mis proyectos, que los bendiga, que los haga crecer… pero no soy capaz de decir: qué esperas de mí, qué quieres de mí.

Dame, Señor, un corazón agradecido. Que reconozca todo lo que me “prestas” (“la vida me han prestao y tengo que devolverla” dice la chacarera) y que me ponga a tu servicio, que no es otro que el hacer crecer tu reino amando a nuestros hermanos.

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,

mi memoria,

mi entendimiento, y toda mi voluntad,

todo mi haber y mi poseer;

Vos me disteis,

A Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro,

disponed todo a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que con ésta me basta.

Ignacio de Loyola

José María Soria Pusinaro

Marcos 12,13-18

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