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Hay un mal que he visto debajo del cielo y muy común entre los hombres: el del hombre a quien Dios da riquezas y bienes y honra y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero Dios no le da facultad de disfrutar de ello; sino que lo disfrutan los extraños. Esto es vanidad y mal doloroso. Eclesiastés 6,1-2

Leyendo estos versículos recuerdo el refrán tan conocido de “Dios da pan a quien no tiene dientes”. Pero no me quedé con esta idea tan simple. Es que de simple no tiene nada; al contrario, noté que este hombre sufre aunque tiene todo lo que su alma desea.

Allí está, creo yo, el origen de todos los males: tiene un alma que desea cosas que no le nutren y al fin, todo le resulta una burla porque quienes disfrutan esos bienes que tanto le costó cuidar, son los extraños que no participaron del esfuerzo.

Me ayudó a ordenar las ideas el mismo Eclesiastés, quien cierra su libro con una bella frase: Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. (Eclesiastés 12,33)

Me pregunto: ¿Cómo serían los deseos del alma de este hombre? ¿Serían solidarios y respetuosos de los derechos humanos? Tal vez se parecerían al rico de la parábola de Jesús que miraba para otro lado cuando Lázaro padecía hambre y desnudez. (Lucas 16,19-21)

A lo mejor, al procurarse fortuna arrasó con cuanto impedimento encontrara. ¿O no? ¿Habrá muerto antes de gozar bienes y honra resultando que sus herederos despilfarran gozando de tantas cosas buenas?

Ahora es el turno de pensar en el alma nuestra…

Sí, es un lindo tema para pensar ¿no te parece?

Voy en tu nombre, mi Señor, a realizar hoy mi deber, en pensamiento y en acción, sólo a ti quiero obedecer. (Cántico Nuevo Nº 374)

Alicia Gonnet

Eclesiastés 6.1-12

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