Pedro le dijo: “Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás se apoderara de ti hasta el punto de engañar al Espíritu Santo guardándote una parte del dinero…?”

Hechos 5,3

La historia de Ananías y Safira es la contracara del testimonio de Bernabé que, como vimos ayer, vendió un campo y entregó el dinero a la comunidad. (Hechos 4,36-37). Ananías y Safira también venden una propiedad, pero a diferencia de Bernabé, se quedan con una parte del dinero y entregan la otra fingiendo que es el total de lo obtenido. Cuando Pedro los desenmascara, a Ananías primero y a Safira después, caen muertos. El pecado de ellos no fue entregar solo una parte del dinero sino tratar de engañar, de mentir. La historia revela que las primeras víctimas del engaño son los mismos que engañan. ¿Que ves cuando te ves? Las consecuencias pueden ser varias. Aparentar ser lo que no se es y creérselo. Pretender ser generoso y comprometido mientras se oculta lo que en realidad se podría aportar. Creerse más inteligente que otros cuando es apenas un mentiroso. La mentira, el engaño, las apariencias son la muerte de todo intento de relación fecunda que promueva el crecimiento espiritual y que fortalezca la comunión fraterna.

Bien dice Pedro es a Satanás, el padre de la mentira y la muerte a quien se tributa en estas circunstancias y no al Resucitado que es el camino, la verdad y la vida.

Ananías y Safira no pudieron desprenderse del dinero para prenderse a una vida comunitaria plena. Que su historia irónica y paradójica nos sirva de advertencia y nos anime a seguir el ejemplo de Bernabé que sí pudo hacerlo.

Señor, danos coraje para asomarnos a nuestras miserias y mezquindades a fin transformarlas sin morir en el intento.

Sabino Ayala

Hechos 5,1-16

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