El padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él, de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí.

Juan 6,57

Comer y alimentarse no son sinónimos. En un encuentro de productores orgánicos del que participé ayer, la diferencia fue marcada con énfasis. “Comemos demasiado y tenemos déficit alimentario” resumió magistralmente alguien. En silencio tarareé la canción de “La abuela Coca”:
Comí papa congelada,
Puré en polvo,
Pera envasada.
Si somos lo que comemos
Soy conservante, soy peligroso,
Soy bastante artificial.
¿Qué comemos y qué nos alimenta? Los productores orgánicos hablaron de su trabajo, de sus frutos y del cuidado del suelo, la materia viva con la que trabajan y cuidan porque saben que de eso depende que sus productos no sólo sean comestibles, sean sobre todo nutritivos.
Mientras iba pensando que no sólo de pan vivimos, ni sólo de los productos que la tierra da y que son fundamentales. Necesitamos tanto como a esos nutrientes, el alimento espiritual que nos nutra. Y se me vino la imagen de las góndolas del supermercado religioso llenas de ofertas variadísimas y coloridas, de promociones que garantizan cambios casi mágicos y felicidad enlatada. Allí también hay alimentos que engordan, pero no nutren. También tienen frutas y verduras que no son de estación, importadas y fuera de contexto, guardadas en cámaras de frío y lo que pidamos.
Jesús recibe vida del suelo vivo y fértil que es Dios, de su amor da testimonio y de él estamos llamados a alimentarnos. Necesita cultivo y tiempo, pero es el verdadero alimento que hace a una vida en plenitud.

Oscar Geymonat

Juan 6,52-59

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