Jesucristo se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados sean perdonados; y no sólo los nuestros, sino los de todo el mundo.

1 Juan 2,2

¡Cuánto amor! Cuanto amor puede alguien tener para ofrecer su propia vida para que otras personas puedan ser beneficiadas. Especialmente cuando vemos que nos beneficiamos con el perdón de nuestros pecados. Toda persona puede ser llamada pecadora, porque todos pecamos; de alguna forma u otra siempre nos encontramos con el pecado, con todo aquello que nos aleja de Dios. En nuestro día a día tendemos a olvidarnos de Dios y no recordamos las enseñanzas de Jesús, queremos que nuestra voluntad se imponga y no que la voluntad de Dios se manifieste en cada uno/a de nosotros/as. De esta manera cometemos un doble pecado, el de alejarnos de Dios y el de olvidar el inmenso amor que nos tiene, reflejado en su sacrificio.
Jesús nos invita a que recordemos su sacrificio como su máxima muestra de amor por la humanidad. Que no olvidemos que este regalo de Jesús es para todo el mundo, es para compartir con los demás. El perdón de los pecados es un beneficio personal, pero a su vez es para todas las personas. Esto nos impulsa, nos lleva a intentar imitar la vida de Cristo, a poder entregarnos con y por amor a las demás personas; saber que, a pesar de nuestros pecados, somos llamados a seguir en el camino que Cristo comenzó con la alegría de saber que aquellos pecados son perdonados por el amor de Dios.

Él pagó por nuestras culpas con su sangre y su dolor; entregándose a la muerte, a la muerte derrotó; se ofreció en sacrificio para nuestra salvación. (Canto y Fe N° 54)

Guillermo Perrin

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