No ejecutaré mi ira ni volveré a destruirlos, porque Dios soy y no hombre.

Oseas 11,9

Preocupa en los últimos tiempos que nuestras sociedades sean más violentas. Y uno comienza a preguntarse por qué. Entre la búsqueda de respuesta, está el observarnos a nosotros mismos,  cómo nos comportamos en nuestras relaciones. Entonces observamos que cuando tenemos diferencias con alguna persona o algún grupo, por lo general -¡gracias a Dios existen excepciones!-  en lugar de sentarnos a conversar, en lugar de escuchar qué tiene que decir el otro, dejamos que salga la ira. Nos volvemos sordos,  viene el enojo, las palabras hirientes, vamos subiendo el tono hasta “irnos a las manos”, y en algunas ocasiones aparecen  las armas. Terminamos destruyéndonos en lugar de encontrar juntos una solución a la situación. Muchas veces se justifica la acción invocando a Dios, y otros miran al cielo preguntando por qué Dios permite esto, dónde está Dios…

La violencia también la vemos en la naturaleza. Últimamente son más frecuentes fuertes tormentas, grandes inundaciones, tornados en lugares inesperados, terremotos de mayor intensidad, vientos huracanados, largas sequías… y así podemos continuar enumerando “catástrofes naturales”, donde nos preguntamos por qué Dios permite esto, dónde está Dios. Y no miramos lo que nosotros provocamos con nuestras acciones que destruyen la creación.

Una vez Dios dejó que su ira destruyera la creación -en el diluvio-, y luego prometió: No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre… Mientras la tierra permanezca no faltará la semilla y la cosecha, ni el frío ni el calor, ni el verano ni el invierno, ni el día y la noche (Génesis 8,21-22).

¡Gracias, oh Dios, pues no eres como los hombres! Amén. 

Mónica  Hillmann

Oseas 11,1-11 

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