Miércoles de Cenizas: Reflexiones y un abordaje evangélico

En el Antiguo Testamento se asocia la ceniza al polvo, simbolizando a la vez el pecado y las limitaciones de la fragilidad humana (Génesis 3, 19). El pecador es ceniza (Ezequiel 28, 18). Para simbolizar esto, el pecador se sienta sobre la ceniza (Job 42, 6; Jonás 3,6 y Mateo 11, 21) y se cubre con ella la cabeza (Ezequiel 27, 30). Las personas se ponían un sayal que era un vestido corriente, feo y molesto, y sobre su cabeza se ponían la ceniza para manifestar que estaban arrepentidos de sus pecados y harían penitencia por ellos.

También ha sido empleada para significar la tristeza del ser humano abrumado por la desgracia (2 Samuel 13, 19) y, sobre todo, de quien se ve afligido por el luto y expresa así su consciencia de acabará siendo nada al final de sus días (Jeremías 6, 26). Era una forma que la antigüedad tenía para manifestar el reconocimiento de que el ser humano sin Dios era como polvo cuando muere, de que carecía de esperanza (Job 42, 6).

En la Iglesia antigua los así llamados «penitentes» con frecuencia llevaron, sin duda voluntariamente, el cilicio y se cubrieron la cabeza con ceniza. Parece ser que desde los siglos VI – VII se difundió esta práctica al iniciarse la Cuaresma el miércoles anterior a su primer domingo. En este día, los penitentes eran admitidos al “rito de la penitencia”. Tenían que hacer penitencia durante toda la cuaresma “con cilicio y ceniza”. Se les reconciliaba sólo en las proximidades de la Pascua, por ejemplo en Roma el Jueves Santo por la mañana.

Sabiendo que el pecador arrepentido no está sólo, pedían a Dios y a sus semejantes el perdón de sus acciones pecaminosas y hacían constante oración. Toda la Iglesia oraba con ellos y por ellos, para que durante la cuaresma pudieran reflexionar, convertirse y cambiar a una vida mejor (Marcos 1, 15). En los siglos IX y X se da un gran desarrollo litúrgico en este aspecto. El obispo impone el cilicio y la ceniza a los penitentes y los despide fuera de la Iglesia. Parece ser que hacia el siglo XI la Iglesia romana extendió este uso ya no sólo para los penitentes, sino para la comunidad toda.

Para reflexionar

• Cada año se celebra la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesucristo.
• Se trata no solamente de recordar lo que aconteció, sino de vivirlo junto con Él.
• ¿Cómo celebrar que Cristo padece y sufre por nosotros, si seguimos viviendo igual?
• ¿Cómo celebrar la resurrección de Cristo y su victoria sobre la muerte, si seguimos muertos en el pecado y no queremos renacer a una vida Nueva de fe, de amor y de esperanza?
• ¿Cómo celebrar que su resurrección marca el inicio de la familia universal llamada Iglesia, si seguimos viviendo en nuestro egoísmo y no nos unimos en comunidad, en familia, para ayudarnos mutuamente, para trabajar juntos, para buscar el bien, para orar… ?

Lo importante es trabajar la disposición del espíritu. Por eso, para celebrar nos preparamos. A ese tiempo de preparación le llamamos Cuaresma, porque son cuarenta días en los que reconocemos, de la manera más profunda, que hemos fallado al amor de Dios y arrepentidos buscamos la manera de corregirnos. Por eso Cuaresma es tiempo de oración, de reflexión, de penitencia, de ayuno y vigilia, de ofrenda y de ayuda. Por ejemplo, privándonos de hablar mal de las personas, ‘sacrificando’ nuestro tiempo para visitar enfermos, preocupándonos por el vecino, teniendo paciencia y amor con los más ‘viejitos’ de la casa.

Miguel Ponsati para IERPcomunica

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