Entonces Satanás entró en Judas, uno de los doce discípulos, al que llamaban Iscariote.

Lucas 22,3

El nombre de Judas siempre ha sido sinónimo de traición, falsedad y maldad. La repercusión histórica de este controvertido personaje ha sido tal que, al día de hoy, a nadie se le pone ese nombre.

Y es que Judas Iscariote fue, según los evangelios, el apóstol que vendió a Jesucristo a los sacerdotes a cambio de unas cuantas monedas. Este hecho marcó hasta tal punto a la cristiandad que ha sido imposible eliminar la connotación negativa de este nombre. Es que el nombre Judas representa todo lo contrario a lo que el mismo Jesucristo predicó y practicó.

El nombre de Judas representa el miedo, el interés propio, el no haber entendido de qué se trata, el cubrirse las propias espaldas, cobardía, envidia, acomodarse al poder de turno, la traición al amigo y al maestro y tantas otras cosas despreciables en un buen cristiano. Judas acabó con su vida y, como dice el dicho, “muerto el perro se acabó la rabia”. Ya nadie lleva ese nombre, por lo tanto ya nadie comete ese pecado.

Sin embargo, me pregunto, les pregunto: ¿será realmente así? ¿Estamos totalmente libres de él y lo que representa? ¿O, de alguna forma, reaparece en algunas actitudes nuestras?

Sería muy interesante poder responder con sinceridad estas preguntas. No para sentirnos mal ni para hacer un juicio, sino como un ejercicio espiritual que nos permita replantear nuestra fe y nuestra forma de pensar, de hablar y de actuar. El hecho de que ya nadie se llame Judas no significa que quedemos libres de esos pecados… ¿O sí?                                                                                            

Julio Strauch

Lucas 22,1-6

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