Pablo miró a los de la Junta Suprema y les dijo:

—Hermanos, yo he vivido hasta hoy con la conciencia tranquila delante de Dios.

Hechos 23,1

Pablo está siendo juzgado. Un clima de violencia en el que los miembros del Sanedrín abusan del poder y lo golpean.

Con cierta astucia, a través de lo que dice, logra que los sacerdotes del Sanedrín se dividan por un concepto teológico: si los muertos resucitan o no. Y, obviamente, afirma que es juzgado por ser fariseo, por defender la idea de la resurrección. Finalmente, esa estrategia lo ayuda a no ser condenado en ese momento, defendido por ese grupo de fariseos que se oponía a los saduceos, quienes negaban la resurrección.

Pero quiero rescatar la entereza de Pablo, de poder enfrentar con valentía el poder y no tenerle miedo. “Tengo la conciencia tranquila delante de Dios”.

Y eso es lo que importa. Podemos tener distintas posturas teológicas, que no son más que ideas, y pelearnos por ellas. Pero lo que no podemos hacer es dejar de tener la conciencia tranquila de que lo que hacemos es para servirle a Dios y no a nosotros mismos.

La Junta Suprema se preocupaba por las formas, por mantener el poder y el prestigio que las investiduras le daban, aún si para mantener ese prestigio, vendían su conciencia.

Los integrantes de la Junta Suprema tenías sus “negocios” ocultos y sus “vínculos” secretos con el poder.

Pablo anunciaba el evangelio de Cristo, y no medía en ese predicar el costo para su vida personal.

El conoció personalmente a Cristo y estaba dispuesto a dar todo, incluso su vida, por ese Evangelio.

Si estamos dispuestos a anunciar la palabra de Cristo sin pensar en los costos ni vendernos por los beneficios y, aunque tengamos teologías diferentes, tenemos la conciencia tranquila delante de Dios, podemos estar seguros de que él nos va a ayudar a predicarlo.

Pablo Münter

Hechos 23,1-11

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