El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo; y envió a sus siervos a llamar a los convidados; mas éstos no quisieron venir.

Mateo 22,2-3

Los versículos leídos marcan el comienzo de una estructura del evangelio llamada “Parábola de la fiesta de bodas”.

En realidad, son dos parábolas: una del versículo 2 al 10, que menciona la “invitación a la fiesta” y la otra es algo que sucede “en el banquete”, dicho del versículo 11 al 14.

En la primera, Jesús se refiere al llamado al discipulado cristiano verdadero en el que se nos invita a disfrutar algo que ya está pre-parado: la cena está lista, dice la parábola, banquete que se parece al reino de los cielos (v.2), o más bien, en el reino de los cielos hay un lugar con mil delicias que es para nosotros, todos los que ansiemos acudir.

Pero además se muestra a muchos que andan por la vida muy ocupados en sus negocios y no asistirán, y hasta lleguen a enojarse por ser interrumpidos. Entonces el “rey” los reemplaza con otros invitados menos pretenciosos: pobres o ricos, lindos o feos, sanos o enfermos, bajos o altos; el rey no discrimina, podemos asistir todos. Pero las cosas, dentro de la libertad, no se hacen de cualquier manera. Hay una respuesta personal que se le exige a cada uno: hay que aceptar vestirse “con la ropa de bodas” para poder entrar sin problemas. No es una ropa de tela, sino de comportamiento, con los valores que to-dos los cristianos conocemos: amor, justicia, paz, perdón…

…Y hubo algún que otro “colado” que pretendió gozar sin pasar el examen. Quedó afuera, avergonzado.

Pero, ¡oh alegría! La presencia del indigno no impidió la fiesta. Dos mil años después, la invitación está vigente; ¿qué diré?

Alicia S. Gonnet

Mateo 22,1-14

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