Yo volví mis ojos a todas las opresiones que se cometen bajo el sol; ahí están las lágrimas de los oprimidos, y no hay quien los consuele. La fuerza está del lado de los opresores, y no hay nadie que les dé su merecido.
Eclesiastés 4,1
Disfrutar y gozar de lo que Dios nos brinda no nos exime de reconocer el sufrimiento que existe en nuestro mundo. No vivir ensimismados ni escondernos a gozar de nuestros privilegios, no negar la existencia del sufrimiento causado por la opresión mirando para otro lado. El autor del libro mira las opresiones, las reconoce en las lágrimas de los oprimidos y en su desconsuelo. Los opresores tienen fuerza y gozan de impunidad. Y está pendiente que reciban su merecido, que paguen por el sufrimiento provocado a sus víctimas.
¿Tenemos coraje y buena vista para reconocer la opresión e identificar a los opresores? ¿Nos olvidamos de que Dios oyó el clamor de los esclavos en Egipto? ¿Hemos olvidado las acciones de Jesús por los marginados y sufrientes de su tiempo? ¿Se nos olvidó la lectura del profeta que hizo Jesús diciendo que esa escritura se cumplía ese día? Buena noticia a los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos, libertad a los oprimidos. (Lucas 4,18)
Como cristianos y como iglesias tenemos la responsabilidad de denunciar las opresiones y anunciar la voluntad liberadora de Dios hasta la llegada de un cielo nuevo y de una tierra nueva.
Los opresores hoy en día tienen nombre y apellido, como siempre; pero también se ocultan en siglas como S.A., S.R.L., o en ministerios y burocracias que someten a los más pobres y desprotegidos: leyes que avalan y acrecientan la opresión. Los sueldos indignos de empresas que se enriquecen permanentemente muestran la opresión, los precios arbitrarios de los medicamentos inaccesibles a los más pobres es también opresión.
Señor, danos firmeza para reconocer y denunciar la opresión; y un corazón sensible para enjugar las lágrimas de los oprimidos. Amén.
Atilio Hunzicker
Eclesiastés 4,1-12
