“Porque el rey ha muerto”. Entonces el rey fue llevado a Samaria, y allí lo enterraron. Después lavaron el carro en el estanque de Samaria, donde se bañaban las prostitutas y los perros lamieron la sangre de Ahab, conforme a lo que el Señor había anunciado.

1 Reyes 22,37-38

Un final trágico para Ahab. Con este pasaje finaliza lo que había comenzado con la viña de Nabot, la profecía de Elías, y la advertencia de Micaías. A pesar de todas las advertencias, Ahab no quiso aceptar la voz de Dios, encerrado en su propia necedad. No entendió la dimensión de la justicia de Dios.

La consecuencia de su final se dio por su propio orgullo, desobedeciendo la voz de Dios, anunciada por Elías primero y por Micaías después. Su final fue un “castigo de Dios”, por no escuchar la voz del profeta, que advertía sobre las consecuencias de sus acciones o de las que él era responsable. Se consideró infalible, y consideró sus enemigos a aquellos que iban con la verdad para hacerle notar que su camino estaba alejado de las pretensiones de Dios.

Es necesario que podamos evaluar cuál es nuestra relación con Dios, y también con nuestros hermanos. Nuestras acciones tienen relevancia, tanto en lo que decimos como en lo que hacemos, en lo que creemos y en la forma que le damos cuerpo/comunidad a nuestra fe.

Debemos evaluarnos bajo las preguntas: ¿Qué quiere Dios de mí?¿En qué medida mis decisiones afectarán o beneficiarán a mi prójimo? La soberbia, el orgullo, la ambición, son cosas que nos alejan de Dios, y por ende de nuestros/as hermanos/as. Confiar en Dios SÍ, amar a Dios SÍ, amar a nuestro prójimo SÍ. Respetar la vida, aceptar y aceptarnos como parte de un todo creado por Dios.

Carlos Kozel

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