David subió la cuesta de los Olivos; iba descalzo y llorando, y con la cabeza cubierta en señal de dolor. Toda la gente que lo acompañaba llevaba también cubierta la cabeza y subía llorando.

2 Samuel 15,30

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El rey David era un violador y un asesino sin escrúpulos a la hora de ejercer el poder, pero también era capaz de mostrar arrepentimiento y de actuar persiguiendo el beneficio de otras personas. Ya había sucedido cuando admitió su pecado ante Natán, y sucedió de nuevo ahora, cuando se enteró de que la rebelión de su hijo Absalón para destronarlo era imparable. Ordenó que, con la excepción de diez de sus concubinas a quienes encargó el cuidado del palacio (lo que las expuso a ser violadas por Absalón a plena luz, según 2 Samuel 16,22, como había anticipado Natán según 2 Samuel 12,11), todos, todas huyeran de Jerusalén para evitar una carnicería. Trató de disuadir a un extranjero llegado hacía poco tiempo de que lo siguiera. Prefirió que el arca de la alianza y los sacerdotes regresaran a la ciudad. Se puso en las manos de Dios dispuesto a que Dios hiciera con él lo que mejor le pareciera.

Al subir la cuesta de los Olivos en actitud de luto, el rey David no sólo se mostró lastimado por las consecuencias que estaba sufriendo en su propia persona por sus faltas, sino que se hizo cargo de la tragedia que les estaba haciendo vivir a su familia y a su nación.

Quiera Dios darnos líderes políticos que asuman las consecuen-cias de sus actos con el sentido de responsabilidad ante Dios y los demás con que lo hizo David en aquella ocasión.

 

Andrés Roberto Albertsen

 

2 Samuel 15,13-37

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