Los apóstoles salieron de la presencia de las autoridades muy contentos, porque Dios les había concedido el honor de sufrir injurias por causa del nombre de Jesús. Todos los días enseñaban y anunciaban la buena noticia de Jesús el Mesías, tanto en el templo como por las casas.

Hechos 5,41-42

Hoy quiero poner el énfasis en la última idea del texto citado. Enseñaban y anunciaban a Jesús, tanto en el templo como por las casas.

El secreto del gran crecimiento del Cristianismo de la primera hora estuvo en que las casas, sin dejar de ser casas, se transformaron en espacios sacramentales. Pocos años después el templo de Jerusalén no existía más. Fue demolido piedra por piedra, los habitantes de la ciudad fueron deportados como esclavos a Roma y con las piedras del templo se construyó la base del Coliseo Romano. Más de 14.000 judíos murieron construyendo el lugar donde sus ‘competidores’ cristianos morirían como mártires en los sangrientos espectáculos. También allí, en el Coliseo, sufrieron injurias por Jesús.

Si recorremos el Libro de los Hechos y los saludos paulinos veremos que las casas se transformaron en el espacio donde se predicaba, se bautizaba, celebraba la Santa Cena y se compartían alegrías y dolores. Nada de grandes iglesias, basílicas o catedrales. Hogares de familias fueron el cimiento de una iglesia que se expandía a través del mundo. Al igual que nuestros antepasados que emigraron desde Europa a estas pampas, la primera fe se compartía en las casas.

Hay innumerables testimonios del abuelo o la abuela que los domingos abría la Biblia, leía un capítulo, cantaba y oraba. En estas sencillas ceremonias participaban los vecinos, los empleados, las visitas, y luego comían juntos. Igual que aquellos primeros cristianos.

Carlos A. Duarte

Hechos 5,34-42

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