Sermón sobre Lucas 24:1-12, por Stella Maris Frizs

 

Y el primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando las especias aromáticas que habían preparado. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; pero al entrar no hallaron el cuerpo de Jesús.

Aconteció que, estando perplejas por esto, he aquí se pusieron de pie junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes. Como ellas les tuvieron temor y bajaron la cara a tierra, ellos les dijeron:

—¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí; más bien, ha resucitado. Acuérdense de lo que les habló cuando estaba aún en Galilea, como dijo: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado y resucite al tercer día”[a].

Entonces ellas se acordaron de sus palabras y, volviendo del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los once y a todos los demás.

10 Las que dijeron estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana, María madre de Jacobo, y las demás mujeres que estaban con ellas. 11 Pero sus palabras les parecían a ellos locura, y no las creyeron.

12 Sin embargo, Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Cuando miró adentro, vio los lienzos solos y se fue a casa asombrado de lo que había sucedido.

Querida Comunidad:

Estamos ante un texto que desafía nuestra fe. En este día no podemos dejar de reflexionar sobre un acontecimiento histórico que ocurrió hace más de dos mil años, pero que cambió para siempre el sentido de nuestras vidas.

No es fácil hablar de la resurrección. Sobre todo si intentamos analizarla desde la razón. Porque es un hecho de fe.

Cuando leemos los relatos bíblicos, en general son muy sobrios en cuanto a detalles. Tampoco coinciden en su totalidad. Lo único que sabemos es que aquel día, el primero de la semana, o sea Domingo, algunas mujeres fueron temprano al sepulcro para ofrecer (a quien tanto les había dado) los últimos tributos de amor.

Pero, en lugar de Jesús, se encuentran con dos mensajeros (portadores de Buena Noticia) que (al igual que Jesús con los discípulos de Emaús) les hacen recordar lo que Jesús ya había anticipado a cerca de la resurrección. Y además la confirmación de que Jesús ya no estaba más allí, porque había resucitado.

¿Qué sentimiento habrá producido esta noticia en las mujeres? Asombro? Sorpresa? Fascinación? Excitación? No lo sabemos.

Lo que sí sabemos es que (según este relato) no callaron, sino que regresaron para compartir esta noticia con el resto de los discípulos. Tuvieron necesidad de contar lo que vieron, oyeron, vivieron y se convierten así en las primeras evangelizadoras, testigos de un hecho único que nos llena de esperanza.

Es verdad que la fe vendría con el tiempo, con el soplo del Espíritu, pero el evangelista Mateo no las muestra (a las mujeres) huyendo despavoridas, sino valientes y decididas sobre algo que les competía y no podían silenciar.

Sin embargo aquella formidable noticia no generó la reacción esperada. Era una locura. Habladuría de mujeres tal vez. Noticia demasiado hermosa para ser verdad. No podía ser cierto.

Había que verificar como Tomás más tarde. Ver para creer. Por eso Pedro corre; aquel Pedro a quien todavía le pesaba la culpa de la negación.

El texto dice que Pedro al comprobar que el sepulcro estaba vacío, quedó admirado (maravillado), pero eso no lo convirtió todavía en un predicador.

El hecho de que Jesús no estaba allí, no generó fe. Al menos no la fe entendida como algo dinámico, que pone en movimiento.

Al contrario. El relato de Marcos muestra a las mujeres aterrorizadas huyendo del sepulcro. Tampoco las apariciones posteriores del resucitado despierta fe. En los versículos 36 ss se los ve asustados, con dudas en su corazón. No acababan de creerlo ya que sentían una mezcla de alegría y asombro.

Recién en Pentecostés, con la acción del Espíritu Santo comienza un movimiento que no tiene límites, ni fronteras, ni barrearas.

El Espíritu como el viento no se detiene. Sopla constantemente: a veces con fuerza; a veces como una suave brisa.

Fue el mismo Pedro que después de recibir el Espíritu Santo (en medio de la burla de algunos) quien se puso de pie para decir con voz fuerte que, a ese Jesús, a quien entregaron, mataron y crucificaron; Dios lo resucitó liberándolo de la muerte. (Hechos 2:14 ss)

Y ese el mensaje de Pascua que hoy podemos entender en toda su dimensión y predicar.

La voz de los mensajeros interpelando a las mujeres con aquel «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? sigue resonando en nuestros oídos.

Hoy el Jesús vivo se sigue revelando como Camino, Verdad y Vida a los que el Él confían. No es un héroe del pasado sino una presencia viviente.

Como dice Barclay, Jesús no es solo alguien cuya vida debe ser estudiada, sus palabras examinadas y sus enseñanzas analizadas. Es alguien con quien debemos encontrarnos y vivir cada día. Alguien que puede cambiar nuestra vida para que la Vida Abundante ofrecida no sea una ilisión.

Por eso Pascua no es sólo un hecho del pasado, sino una realidad presente que podemos experimentar cada día. Pascua es ese acontecimiento maravilloso que nos recuerda que la vida es fuerte que la muerte. Y que así como los hebreos (judíos) pasaron de la esclavitud a la libertad; también nosotros podemos dar ese PASO de la duda a la fe; de la desesperanza a la esperanza, de la tristeza a la alegría, de las tinieblas a la luz, etc.

Pascua nos revela también cómo Dios actuó y sigue actuando y aunque no fue responsable de la crucifixión de Jesús, de alguna manera permitió que su Único Hijo muera en mano de pecadores por amor a ellos.

Eso no llena de esperanza a nosotros que también somos imperfectos. Saber que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y la muerte, nos hace decir junto con el apóstol Pablo: ¿Dónde está, oh muerte tu victoria?

(I Cor. 15:55)

Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe. Tampoco tendría validez el mensaje que predicamos.

Que Dios nos ayude a entender este misterio profundo, a experimentarlo cada día y compartirlo con los descreídos. Amén

P. Stella Maris Frizs
 

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