Vacaciones: el sentido del descanso y el trabajo desde una mirada cristiana

La vida humana está hecha de momentos de agitación y de reposo, de actividad y de descanso; para que tenga sentido y pueda ser vivida en plenitud, se debe mantener estos opuestos en una sana convivencia. Cualquier desequilibrio, o vaivén frenético, en una u otra dirección no es saludable, no hace bien. Una cosa es «vivir para trabajar» y otra muy distinta «trabajar para vivir».

Sucede, con más frecuencia de la que las personas son conscientes o quieren admitir, que luego del “corre-corre” diario, semanal, mensual o del año; cuando el trabajo habitual se detiene o llegan las vacaciones, las personas se miran al espejo y entonces se pone de manifiesto un enorme vacío en sus vidas. Entonces, para llenarlo, se vuelven cuanto antes posible al activismo más extremo.

Muchas veces, es necesario reconocer que hay frustración detrás de esa máscara y bajo ese disfraz de laboriosidad. Mediante un entusiasmo febril se busca el aturdimiento para no pensar. En lo profundo, el sentimiento es el miedo a la nada interior. En lo exterior, en la superficie: trabajo, trabajo y más trabajo. ¿Con qué fin? Quizás compensar la falta y sentir así que se tiene algún poder, que se alcanza alguna seguridad. En un punto extremo, no es poca la gente que se embarca en este trajín con el único objetivo de hacer dinero, que, tal como dicen por ahí, «no hace a la felicidad pero calma los nervios».

Más aún, algunas personas trabajan de manera constante porque ni su trabajo, ni los frutos de su labor, ni el dinero, ni el placer, les deja con un sentimiento de realización. El libro de sabiduría ancestral de Eclesiastés dice al respecto: “Una vez más dirigí la mirada hacia la vanidad que existe bajo el sol. Y vi a un hombre solo, sin hijos ni hermanos que lo sucedieran, y que no obstante nunca dejaba de trabajar ni se cansaba de contemplar sus riquezas, ni tampoco se preguntaba: «Y yo, ¿para quién trabajo? ¿Para qué reprimo mi apetito por las cosas buenas?» ¡Y esto también es vanidad, y un trabajo infructuoso!” (Eclesiastés 4, 7 – 8).

El mensaje bíblico afirma sobre una muy saludable alternancia entre labor y quietud y he aquí su sentido: el verdadero descanso no es dejar de hacer, sino terminar de hacer lo que se hace, y una vez finalizado, gozar sencillamente del momento presente. Hasta la hora en que se deba volver nuevamente a la tarea. Mientras tanto, se vive esta vida, pues hay una sola. Y esa, no otra, es la gran tarea.

Como se puede leer en otro pasaje del mismo Eclesiastés:
“¡Vamos, disfruta de tu pan con alegría, y bebe tu vino con un corazón feliz, porque tus obras son del agrado de Dios!
¡Que sean siempre blancos tus vestidos! ¡Que nunca te falte perfume en la cabeza!
¡Goza de la vida con tu amada(o), todos los días de la vana vida que se te ha concedido bajo el sol! ¡Ésa es tu parte en esta vida! ¡Eso es lo que te ha tocado de todos tus afanes bajo el sol!
Todo lo que te venga a la mano hacer, hazlo según tus fuerzas. En el sepulcro, que es adónde vas, no hay obras ni proyectos, ni conocimiento ni sabiduría.” (Eclesiastés 9, 7 – 10)

Para finalizar, vale la pena «hacer una pausa» y a pensar reflexivamente estas preguntas:

¿Por qué estoy haciendo esto?
¿Me gusta hacer esto? ¿Experimento que esto es bueno y por eso me gusta?
¿Obtengo alguna cosa por hacer esta actividad en este momento?
¿Quiero vivir para esto que hago? ¿Querré haber vivido para esto?

¿Me doy permiso para disfrutar (de mi trabajo, de mi descanso, de mis afectos, de la vida, etc.)?

*Miguel Ponsati para IERPcomunica

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