Poniendo sus manos sobre la cabeza del animal, confesará sobre él todas las maldades, rebeliones y pecados de los israelitas. De esta manera pondrá los pecados sobre la cabeza del chivo, y una persona se encargará de llevarlo y soltarlo en el desierto.

Levítico 16,21-22

En casi todas las culturas se ha extendido el ritual del “chivo expiatorio”. En el día de la expiación se presentaban dos machos cabríos al sacerdote. Uno de ellos era sacrificado por los pecados del pueblo. Poniendo sus manos sobre la cabeza del otro animal, el sacerdote confesaba los pecados y maldades de los israelitas, y simbólicamente los transfería al animal.

Al ser éste abandonado a su destino en el desierto, la gente sentía alivio. Las culpas ahora eran de otros.

Este mecanismo del “chivo expiatorio” ha evolucionado para indicar a cualquier persona que cargue la maldad de otros. 

Es una forma de defenderse muy poderosa y aparentemente efectiva, con efectos destructivos en la sociedad. Este proceder puede dar al individuo o a su comunidad una “conciencia tranquila” de corto plazo. Las maldades y las culpas permanecen siempre en la sombra de quien es responsable de la situación.

¿Qué nos enseña Jesús sobre este proceder?

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de cargar sobre los más débiles las responsabilidades propias. Con sencillez y audacia admirables, con su actuar frente a casos muy concretos, introduce verdad, justicia y compasión (por ejemplo, con la mujer adúltera).

Así es Jesús. Alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y generoso que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal.

Oremos para que Dios nos ilumine y seamos capaces de descubrir la actuación liberadora de Jesús frente a toda injusticia.

Mario Bernhardt

Levítico 16,1-22

 

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