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Que un hombre coma y beba y goce del bienestar con su esfuerzo, eso es un don de Dios. Yo reconocí que todo lo que hace Dios dura para siempre: no hay que añadirle ni quitarle nada, y Dios obra así para que se tenga temor en su presencia.

Eclesiastés 3,13-14

Ignoramos lo que es el tiempo, nuestro tiempo, si no tomamos cierta distancia para poder mirar hacia atrás con cierta perspectiva, ser conscientes del presente y prepararnos en vista al futuro. La sabiduría del autor del Eclesiastés radica en su capacidad de leer en el tiempo, comprender su dinámica, no los hechos aislados sino una visión amplia inclusiva que ayude a dar sentido a la propia vida.

Vivimos tiempos de ensimismamiento. El gesto de estar curvados sobre nuestros celulares, paralizados frente a nuestros monitores, conectándonos con medio mundo, aunque físicamente en la más profunda soledad, debe llamarnos la atención. La gran mayoría de las personas y las familias viven en un horizonte que no va más allá de los intereses personales inmediatos. Con este cuadro es muy difícil que nuestra visión de Dios sea algo más que un ídolo a nuestro servicio.

Dar lugar a la idea del don de Dios, donde sólo vivenciamos que hay esfuerzo propio, es imposible: si todo depende de nuestro esfuerzo, de nuestros éxitos y fracasos, lo que Dios nos brinda no podemos verlo. Levantemos nuestra mirada, salgamos del ensimismamiento para ampliar nuestro horizonte de vista y de vida; veamos conscientemente el barrio, la ciudad donde vivimos, el campo que trabajamos, la sociedad que nos sostiene. El reino de Dios es lo que él hace, y nos cuenta como colaboradores en su concreción, porque lo que hace Dios dura para siempre. Solamente disfrutando lo que Dios nos brinda nos moverá a compartir y a ser solidarios, a festejar con gratitud, a vivir en las sendas del amor.

Señor, ayúdanos a reconocer y disfrutar de todo lo que cotidianamente nos brindas, para que brote en nuestros corazones, y surja la gratitud y el desprendimiento para brindarnos a nuestros prójimos. Amén.

Atilio Hunzicker

Eclesiastés 3,1-15

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