Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia.

Lucas 12,13

Era normal en tiempos bíblicos que cuando había un litigio entre hermanos eran los rabinos los llamados a intervenir como jueces para solucionar el conflicto. Cuando se trataba de las herencias, igual que en la actualidad, las relaciones familiares se pueden llegan a dañar o romper. La palabra de un rabino imponía su criterio para luego hacer un juicio. Jesús, sin ser rabino, responde en esta situación con su enseñanza. En lugar de decidir qué hacer con el litigio por la herencia se enfoca en la cuestión de que las posesiones se interponen entre las personas. Posiblemente, un rabino habría considerado la relación en el pasado de los hermanos y habría tratado de encontrar una solución equilibrada del caso. Luego comentará, entristecido, el egoísmo y la avaricia de estos dos hermanos.

Pero Jesús no es un maestro como acostumbran los rabinos. Él, ante la petición de repartir la herencia y toda posesión, llama a considerar ante todo el auténtico valor de la vida. De un caso particular, Jesús avanza hacia una advertencia. Dice: Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas.

Ahora, nos damos cuenta de que sobre la herencia nadie tiene un derecho adquirido. Los hermanos heredarán sin merecimiento alguno. Jesús resuelve la disputa señalando que una relación centrada a partir de Dios y su presencia en nuestra vida y la relación amorosa con la comunidad del entorno es más importante que la idea de acumular cada vez más posesiones.

Señor, el cielo y la tierra son tuyos; tú formaste el mundo y todo lo que hay en él (Salmo 89,12).

Bruno Knoblauch

Lucas 12,13-21

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