Ustedes lo mataron, crucificándolo… Pero Dios lo resucitó.

Hechos 2,23b-24a

El Espíritu no deja a los apóstoles encerrados en sí mismos en el gozo de la relación con Dios.

Todo lo contrario, los lanza a la aventura de la predicación, del anuncio del acontecimiento cristiano. No pueden callar lo que han visto y oído.

Encontraron el sentido de sus vidas en el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, y eso los impulsa a compartir el secreto de su alegría.

La certeza de que el Señor Resucitado está con ellos los hace enfrentar los desafíos de la evangelización. La promesa de participar en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte los fortalece en medio de las pruebas.

Ser cristiano es ser mensajero de la Buena Noticia de Jesús Resucitado. No anunciamos un conjunto de ideas, una filosofía de vida, una doctrina… Proclamamos algo que pasó y tiene sus consecuencias ahora: que tanto nos ama el Padre que nos entregó a su propio Hijo, para que creyendo en Él tengamos vida en abundancia; que Jesús resucitado se hace compañero de camino; que el Espíritu nos sostiene en nuestro peregrinar.

Con nuestras palabras y con nuestras obras, con nuestro modo de vivir anunciamos la presencia del Señor en nuestras vidas.

Cristo resucitado es el centro de nuestra fe, su fidelidad alienta nuestra esperanza, y su Espíritu nos impulsa a la caridad.

Demos gracias al Señor por el don de nuestra fe, démosle gracias por su inefable amor por nosotros y pidámosle la gracia de ser testigos fieles y creíbles de su resurrección.

José María Soria Pusinari

Hechos 2,22-28

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