Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna.”

Juan 6,68

La de Pedro es una comprobación vital e inquietante. Vital porque encuentra la fuente de una vida que es mucho más que una sobrevivencia. Encuentra el sentido de la vida que al fin y al cabo es la vida misma. Una vida que no está sostenida por un propósito válido es nomás durar y transcurrir. Pero al mismo tiempo es inquietante. Quizás por ser vital lo es.
Pedro tampoco alcanza a entender del todo el alcance de las palabras de Jesús. Lo demuestra con una vida comprometida pero al mismo tiempo cargada de marchas y correcciones que concluye con la entrega total consagrada al Evangelio. Por compromiso fue mártir.
Seguramente para él el perdón sigue siendo un llamado que está más allá de su capacidad. El amor a sus enemigos es una posibilidad que necesita de otra fuerza. La esperanza cuando el mundo la deja sin lugar de existir sólo puede vivir por la fe. Y todo eso es parte de la vida eterna, incluso aquella parte que lo trascenderá el día en el que ya no esté en esta tierra pero sí permanecerá en la presencia de Dios que será su refugio por la eternidad.
La fe es esa seguridad que se sostiene más allá de toda comprensión y más se afirma cuando nuestras seguridades dejan de serlo. “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, dice la carta a los Hebreos y es la mejor definición para la vital e inquietante comprobación de Pedro que muy bienaventurados seremos cuando de corazón la compartamos.

Oscar Geymonat

Juan 6,66-71

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